El Descendimiento.

Roger Van der Weyden. 1436.

Museo del Prado. Madrid.

La aportación de los Primitivos flamencos a la Historia de la pintura ocupa un lugar de preferencia. En primer lugar, por la difusión que hacen de la técnica de la pintura al óleo, una técnica ya conocida, pero que ellos prodigarán con una insuperable maestría. Su aplicación sobre las tablas en madera conseguirá unos efectos de luminosidad y brillo en sus cuadros, y una minuciosidad en la captación de los detalles más pequeños que confiere a su pintura una calidad excepcional. Con ello además la pintura se adentra en un marco de captación de la realidad que lo aleja del simbolismo medieval, algo que para muchos autores prueba su modernidad y lo aproxima a los renacimientos del S. XV.

Entre la nómina importante de autores que se integran en esta tendencia, todos ellos de una calidad y relevancia enorme, habría que contar entre otros pintores con Humberto y Jan Van Eyck, Robert Campin, y desde luego con el discípulo de este último: Roger Van der Weyden. De todos los nombrados, Van der Weyden es el más rotundo en el tratamiento de las formas y en la captación del volumen, el más expresionista y dramático en el trabajo de sus iconografías, y el más brillante en el uso del color. No destaca por el detallismo de Van Eyck, ni abusa del simbolismo, utilizado por otros autores, por el contrario, su exaltación de los sentimientos humanos y su plasmación de dolor, la emoción o la tristeza, lo convierten en un artista muy próximo al espectador. A lo que habría que añadir una técnica portentosa e impecable, por lo que no ha de extrañar la fama que disfrutó en vida. La suya es una pintura predominantemente de tema religioso, aunque son igualmente magníficos sus retratos.

EL PORQUÉ DE SU BELLEZA

Entre sus obras principales destaca por encima de todas su famoso Descendimiento del Museo del Prado, una de las piezas pictóricas más bellas que se pueden contemplar. Su iconografía está clara: la del episodio evangélico más humano y más dramático también, el del descenso de Cristo de la cruz, ante su madre y sus más próximos. Allí aparecen José de Arimatea al lado de la cruz; San Juan, junto a una de las Tres Marías, en uno de los lados extremos; Nicodemo y otra de las Tres Marías al otro lado; y en el centro los dos protagonistas, Jesús y la Virgen, en una posición paralela que los une estéticamente en un mismo símbolo del dolor, el de la muerte del hijo ante su madre.

Pero si nos quedamos embelesados ante esta obra es en nuestra opinión por tres motivos principales:

En primer lugar, por la pulcritud, precisión y destreza con la que se ha resuelto. La técnica al óleo cumple aquí su papel de tratar la escena con una definición y brillo especiales, que la acercan particularmente al espectador. El trazo es firme y de perfiles precisos, lo que remarca su volumen y potencia el realismo de las figuras que parecieran a punto de traspasar el marco del lienzo. La luz es brillante y además de recrear una atmósfera diáfana, reproduce una escena de una extraordinaria nitidez. Y todo ello, sin olvidar los detalles exquisitos desperdigados por la tabla, como las lágrimas que recorren el rostro nacarado de la Virgen o de las Marías, tal si de perlas se tratara.

En segundo lugar, su fuerte expresionismo. Es cierto que la tradición flamenca es rica en un arte lleno de fuerza expresiva y dramatización, pero la escena que plantea Van der Weyden se interpreta como un drama teatralizado en el que los rostros, los gestos, las distintas actitudes de los personajes, incluso la dureza que despliegan los dobleces de los paños prodigan una exaltación de los sentimientos y las emociones, con las que su autor manifiesta su preferencia por la exageración dramática en detrimento de un mayor realismo.

Por último, el color. El color de Van der Weyden en esta pieza es insuperable e irrepetible. Sus colores son únicos, inimitables, y muestran además una fuerza cromática, una potencia visual y una armonía, de una elegancia y una vistosidad extraordinarias. Imposible apartar la vista del azul de la Virgen, de los blancos inmaculados de las togas y turbantes, de los rojos brillantes, de los violáceos, del verde imposible de María sosteniendo a la Virgen…

Probablemente y por todo lo dicho, una de las obras más bellas y extraordinarias de la Historia del arte.

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