¿Nafea Faa Ipoipo? (“¿Cuándo te casas?”).

P. Gauguin.

Kunstmuseum. Basilea. 1892.

Paul Gauguin (París 1848- Islas Marquesas 1903) es otro de esos grandes artistas cuya vida parece de novela. Sus orígenes entroncan con terratenientes españoles afincados en América del Sur, y de hecho, Gauguin, aunque nacido en París, hubo de huir a Perú cuando sólo contaba un año, pasando allí parte de su infancia. La razón de esta huída fue el golpe de Napoleón III, que amenazaba a su familia liberal y antimonárquica, de la que su abuela por ejemplo fue la famosa feminista Flora Tristán.

Pero pronto regresaría a Francia, donde Gauguin se enrolaría primero como marino mercante y después en la Armada francesa. Experiencias que le permitieron conocer mundo desde muy joven. Aunque pasada esta fase, su vida cambiará de rumbo, al convertirse en corredor de bolsa e iniciar una vida acomodada y burguesa, junto a su mujer, la danesa Mette-Sophie Gad y sus cinco hijos.

Aunque la verdad es que al espíritu inquieto de Gauguin esta forma de vida no había de resultarle demasiado sugestiva, y por ello no es de extrañar que al poco tiempo se sintiera atraído por el mundo del arte, lleno de bohemia y libertad. De hecho, ya llevaba algún tiempo coleccionando obras de los pintores impresionistas, y ello le había animado a pintar por simple afición. En 1876 ya participa por primera vez en una de las exposiciones del grupo impresionista y en 1882, da el paso definitivo en su vida de dejar su trabajo en la bolsa y dedicarse exclusivamente a la pintura. Pero naturalmente con ello comienzan también sus problemas familiares porque como pintor y además no reconocido, no puede mantener a su familia, así que sólo tres años después, abandona a su mujer y a sus hijos. Desde entonces pasa una temporada en Normandía, hace un viaje a Panamá, vuelve a Francia y se establece en la Bretaña donde forma la Escuelade Pont-Aven; marcha después con Van Gogh a Arles, donde ambos viven una experiencia de convivencia frustrante, y finalmente en 1891, tomará la decisión que marcará su vida y su arte, la de embarcarse a la Polinesia francesa, estableciéndose en Tahití y huyendo así de la civilización moderna y de un mundo que como tantos otros artistas considera artificial, falso y decadente.

Y será allí donde Gauguin se encontrará realmente a sí mismo, en un mundo puro y virgen, natural e inocente todavía, que representa un paraíso perdido. Esa misma sencillez que vive cotidianamente será la que traslade a sus lienzos, que inician así una nueva andadura en el arte moderno.

Gauguin romperá desde ese momento con los convencionalismos de la pintura tradicional y también con las propias propuestas del Impresionismo. En realidad, para él ya no se trata de representar la naturaleza, sino de hacer un arte primitivo que sea así reflejo de un mundo puro y sin contaminar por la civilización. Su pintura de esta forma se simplifica totalmente, tanto en el trabajo de las formas, como sobre todo en el tratamiento del color. Es más, este alejamiento de la representación de la naturaleza como tal, le llevará a transformarla a su antojo, llegando a afirmar que la naturaleza no debe ser una querida(como lo era según él para los impresionistas)que nos manda, sino una sierva para hacer de ella lo que nosotros queramos. Hay que transformar la naturaleza, hay que utilizarla. A partir de este criterio esencial, la pintura se convierte en un ente autónomo que ha de ser valorado por sí mismo y no por lo que representa, una lección esencial para comprender la pintura del S. XX.

Por todo ello y por la importancia que adquiere en su obra el color, al que le otorga una significación capital, ya no sólo por sus simbolismos que siempre tendrá presente, sino por su valor plástico autónomo, al margen de su representación real, Gauguin se convierte en un precedente de muchos de los movimientos posteriores de los que arranca la pintura contemporánea. En primer término, de los Nabis y de los Simbolistas, y más adelante y de forma principal, sobre el movimiento Fauvista.

El cuadro que hoy comentamos resume el concepto pictórico de Gauguin en su etapa de plenitud en Tahití. Incluso fue considerado por el propio autor una de sus principales obras polinesias. Su título evoca su carácter simbolista, pues es la mujer de primer plano, la que al llevar una flor tras la oreja hace así alusión simbólica a su condición de casadera. La de segundo plano sería la encargada de buscarle el marido. La actitud diferente de ambas insiste en la misma idea, la primera más joven y provocativa, y la otra más madura y serena.

Formalmente los trazos gruesos, la amplitud de las anatomías, el carácter escultórico de las dos figuras, la desproporción de los cuerpos y la simplicidad a la que reduce el entorno natural es la forma de atraernos a un mundo de imágenes que por sí solas nos trasladen a ese paraíso perdido que es el mundo primitivo. Pero además está el color, color que también se aplica de forma independiente a la realidad de la naturaleza, pero que nos impacta por la rotundidad de su aplicación en plano y la fuerza de su tonalidad. En este caso con una perfecta adecuación entre azules, verdes y naranjas, entre los que destacan estos últimos, cuya luminosa intensidad desborda el propio lienzo.

Y como protagonista la mujer. Esa mujer recurrente en toda la obra de Gauguin, especialmente en su etapa polinesia. Mujeres a las que amó sin contención, a las que consideró el símbolo perfecto de una vida feliz e inocente porque así eran las tahitianas que conoció, y que como en esta obra llenan sus cuadros de vida. Porque su expresividad, tan serena y sincera, tan sencilla en su mirar, es de una profundidad sólo equiparable a la verdad que transmiten. Icono perfecto de aquel rincón del edén.

Pero poco a poco, a Gauguin su paraíso perdido se le fue escapando de las manos: la lepra, la sífilis, la miseria en la que vive, su propio derrumbe moral a la muerte de su hija, le llevan incluso a un intento de suicidio. A pesar de todo consigue recuperarse, y en parte reconstruye su vida casándose con una indígena y trasladándose a las Islas Marquesas, hasta su muerte en 1903.

Con Gauguin se avanza un paso más en el camino de liberar a los elementos esenciales del lenguaje pictórico (formas y colores) de la temática de cuadro, con lo que adquieren valor por sí mismos. Algo que ya se había iniciado con la obra de Cézanne y Van Gogh, pero que Gauguin hace avanzar definitivamente.

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