Desnudo a contraluz.

P. Bonnard.

Museos Reales de Bellas Artes. Bruselas. 1908.

La evolución de la pintura moderna desde las diferentes propuestas del Postimpresionismo es muy variada y diversa, pero hay una veta en el arte del fin del siglo XIX que busca desesperadamente la huida del mundo cotidiano y de la sociedad burguesa, como una única manera de reencontrarse con la esencia y la verdad de las cosas y dar así pie a la libertad plena de la expresión plástica. Es, en una palabra, la huida a lo primitivo, a lo auténtico, a lo que nos identifica y nos reconcilia nuevamente con la naturaleza después de la digresión que supone la sociedad industrial.

El paso decisivo en esta evasión vital y artística la da como sabemos Paul Gauguin y serán sus seguidores y admiradores los que constituyan este nuevo sendero que se abre en la pintura hacia la pureza total de la plástica, e incluso en ocasiones, (aunque no siempre) en las propias formas de vida de los artistas.

Entre los grupos simpatizantes, cuando no realmente devotos, de la obra de Gauguin se encuentra en primer lugar el de Pont-Aven, nombre derivado del pueblecito bretón donde vivió durante algún tiempo Gauguin, influyendo allí decisivamente sobre sus dos mejores seguidores: Emile Bernard y más tímidamente Paul Serusier.

Será éste último, el que deslumbrado por la enseñanza de Gauguin en la realización de un cuadro (El talismán. París. 1888) regresará a París y entusiasmará con sus novedades a sus amigos de la Academia Julian. Todos ellos forman a partir de ese momento una curiosa sociedad envuelta en el secretismo, en la que, junto a las experiencias artísticas, manifiestan una especial devoción por las religiones orientales, la teosofíay la relación pictórica con los literatos. Se autodenominan Nabis, palabra que en hebreo significa “profeta”. Se consideran así los profetas o precursores del arte futuro, y es verdad que hasta la aparición de los fauves representan la vanguardia de la pintura. Constituyen el grupo artistas como Edouard Vuillard, Maurice Denis, Pierre Bonnard, Felix Vallotton, Paul Ranson y el propio Serusier, que con su obra Talismán establece una especie de manifiesto del grupo.

Cada uno seguirá distintas tendencias y además evolucionará con el tiempo de muy distinta manera, pero les une al principio de su andadura una admiración por el arte del pasado y una búsqueda de la simplificación formal de la pintura, que es lo que más les influye del magisterio de Gauguin.

Temáticamente sus argumentos son de tipo más cotidiano, familiar e incluso religioso (Denis). Por todo ello representan para algunos autores un elemento de bisagra o nexo de unión entre el Simbolismo del siglo XIX y el Expresionismo del XX.

Pierre Bonnard (Fontenay-aux-Roses 1867-Le Cannet 1947) constituye un ejemplo palpable de evolución pictórica a lo largo de su larga carrera. Se inicia dentro de los cánones característicos de los Nabis,con soluciones formales muy sencillas, fuertemente influenciado por la estampa japonesa, y temáticamente muy inclinado al tratamiento de temas denominados intimistas, en los que siempre está presente la cotidianidad y los asuntos sexuales.

Será en este tema relacionado con la mujer en el que se adentrará más decididamente Bonnard, a veces reincidiendo en el tema de las toilettes que ya había trabajado Degas, y en otras de un tono abiertamente erótico.

Progresivamente su pincelada se irá haciendo cada vez más incisiva y expresiva, y sobre todo su paleta y el tratamiento de la luz más diáfano e impresionista, aunque dándole en este caso al protagonismo del color y la luz un papel sentimental e íntimo, que nada tenía que ver con la valoración que le había dado el grupo impresionista. Además, no hay paisaje en este Bonnard postrero, sólo habitaciones y espacios cerrados.

Tal vez el desnudo a contraluz sea uno de los ejemplos más hermosos y logrados de esta última etapa en la pintura de Bonnard: es un cuadro de toilette, y por ello y por la forma de mirar a la mujer, de espaldas y acicalándose, nos recuerda los cuadros de Degas, pero plásticamente la pintura transmite otras sensaciones: la clave está en la luz y el color, una radiante, el otro alegre, y ambos vibrantes, que inundan la escena de una atmósfera cálida y sensual.

Técnicamente los recursos recuerdan métodos de la fotografía, a la que también se dedicó Bonnard, porque la figura se coloca en la parte en la que más incide la luz, la zona de la derecha, lo que permite un sugestivo contraluz. Por lógica el resto de la habitación, la parte de la izquierda, se envuelve en la oscuridad.

También la estructura de la escena (la mirada), la composición, en fin, juega con una doble visión (como en Degas), porque mientras la figura se coloca de frente al espectador, el resto de la estancia se contempla desde arriba. Juego que destaca todavía más la presencia de la figura.

No falta el encanto sugerente de las formas de la mujer (modeladas lógicamente por la luz) y su postura insinuante, lo que en conjunto consigue una imagen tremendamente provocativa. Éste así, no es un erotismo descarado, como el de Degas, sino voluptuoso y entrañable.

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