El naufragio del Esperanza.

C.D. Friedrich.

Kunsthalle. Hamburgo. 1824.

Desde mediados del S. XVIII hasta mediados del S. XIX, Europa vive una serie de cambios políticos, sociales y culturales que se proyectan en la Historia del Arte en una compleja maraña de movimientos y corrientes artísticas que impiden denominar este periodo con un nombre propio, como ocurría con el Románico, el Gótico, el Renacimientooel Barroco. El impacto histórico de la Ilustración, la Revolución francesa, el Imperio napoleónico, la vuelta a la Europadel Antiguo Régimen después de 1815, o La Revolución Industrial, son buena prueba de la serie de acontecimientos decisivos que ocurren en este periodo, cambiando las circunstancias y la mentalidad de la población europea, y abriendo el porvenir al mundo contemporáneo.

El arte refleja las alteraciones de esta época, respondiendo a cada momento histórico con una expresión particular: con un clasicismoestricto y racional al periodo napoleónico, con el sentimiento romántico a los movimientos revolucionarios, o con la arquitectura del hierro a la Revolución Industrial.

Hay no obstante dos grandes corrientes o estilos que prevalecen durante esta etapa, y que aún siendo no sólo distintos sino opuestos, tienen elementos en común, lo que obliga frecuentemente a estudiarlos conjuntamente: El Neoclasicismo y el Romanticismo. Lo cual por sí sólo es buena prueba de la complejidad de la época, donde conviven a la par formas artísticas antagónicas. El Romanticismo, al contrario que el Neoclasicismo, va a irrumpir en el ámbito de la pintura con toda su innata rebeldía. Y lo hace como una escuela partidaria del color, de las composiciones agitadas, de las pinceladas brillantes y por supuesto, de los argumentos literarios o históricos que encendieran el sentimiento popular. No obstante, el Romanticismo presenta muchas caras, tantas como países y tantas como distintos sentimientos de liberación de la realidad. Está el romanticismo de Delacroix y Géricault, exaltado y rebelde, lleno de agitación y color en sus obras; está el Romanticismo de los paisajistas ingleses; o el Romanticismo que deriva en la pintura de Historia, que tuvo en España un buen número de seguidores. Pero a todas estas formas de Romanticismo podríamos añadir un romanticismo diferente. Otro romanticismo. El romanticismo alemán encarnado por Caspar David Friedrich (Greifswald 1774-Dresde 1840).

Es el suyo un romanticismo intimista, de entornos misteriosos, de extrañas naturalezas o ruinas novelescas, que nos inducen hacia un ámbito espiritual, solitario, donde el hombre se empequeñece y el universo lo abruma. De hecho, y no deja de ser curioso este detalle, todas las figuras representadas en sus cuadros aparecen de espaldas, sin rostro, insignificantes ante la inmensidad de la naturaleza. No es por tanto el romanticismo agitado y convulso de fuertes emociones, sino lo contrario, el romanticismo melancólico y angustiado. El romanticismo callado y meditabundo. El romanticismo introvertido. Todo lo cual, aunque bajo otros ideales y sentimientos, es también puro romanticismo.

Tal vez en esta forma de entender la pintura tuviera bastante que ver su propia biografía, marcada por el infortunio y la desgracia. Especialmente en su infancia cuando vivió episodios dramáticos: a los siete años murió su madre, y al año siguiente su hermana Elisabeth, de viruela. A los trece años le ocurrió una desgracia que le traumatizaría porque vio morir ahogado a su hermano Johann Christoffer cuado intentaba salvarle a él que se había hundido entre los hielos. Solo cuatro años después moría su hermana María de Tifus. Demasiadas muertes en muy poco tiempo para vivirlas un niño adolescente.

De todos los cuadros de Fredrich éste es tal vez el más simbólico y por ello tal vez el más misterioso también, hasta el punto de que la interpretación extraña y alegórica que hace de la naturaleza transformándola en función del sentimiento, permite entrever el mismo recurso que emplearán años más tarde los surrealistas.

Podría decirse que El naufragio del Esperanza es precisamente un cuadro de la «desesperanza». La desesperanza, transmitida en este caso a través de este paisaje de inmensa soledad, de vacío de vida, frío y resquebrajado como una ruina eterna y fantasmagórica. Ni siquiera hay personajes esta vez, para mayor alegoría de la desolación. Aunque más allá de todo este simbolismo se encuentre un encargo concreto y un hecho puntual que influyeron en la realización de la obra. Por una parte, el encargo de la futura zarina de Rusia, Alexandra Feodorova, que deseaba un cuadro que exaltara las bellezas de los paisajes nórdicos. Por otro, el acontecimiento vivido en los años de realización del cuadro, cuando se produce la expedición de E. Parry por encontrar un paso desde el Atlántico al Pacífico entre Groenlandia y Canadá, y que entre otros avatares acabó con de uno de los navíos, el Griper, atrapado entre los hielos. El mismo año además en el que Friederich realiza el cuadro se heló el Elba a su paso por Dresde, dando una imagen de bloques de hielo amontonados y superpuestos que debió de influir en la composición de la obra.

El resultado final será este cuadro en el que pueden advertirse algunos restos del barco, como parte de la popa o los mástiles, incrustados y confundidos entre medio de los hielos. Un barco inspirado en el Griper, aunque simbólicamente lo denominaría el “Hoffnung” (la Esperanza). Hay quien considera que una primera versión de la obra, la que adquiriría precisamente la zarina Alexandra, se perdió en 1869, por lo que ésta sería una segunda versión, que por ello mismo se conoce también con otro título, “El mar helado”.

Su estructura triangulada recuerda algunos ritmos compositivos de la Balsa de Medusa de Géricault, porque también aquí observamos rítmicos impulsos desde los ángulos, y más concretamente desde el ángulo izquierdo hacia el centro, y desde aquí hacia el infinito, a través del glaciar que apunta al cielo. Todo ello modelado por medio de los sucesivos bloques que parecen avanzar y elevarse en una alegoría más de la inmensidad del paraje, y sobre todo, de lo eterno del desamparo. Por supuesto el color es frío, como no podía ser de otra forma.

Todo ello resume así el sentimiento romántico de Friederich, muy diferente al de los otros autores, pero no por ello menos romántico. Son buena prueba junto a éste otros cuadros igualmente famosos como El viajero frente al mar de niebla, Acantilados blancos en Rügen, Hombre y mujer contemplando la luna o La cruz sobre las montañas.

Deja un comentario

Blog de WordPress.com.

Subir ↑